Poema en prosa
Las recuerdo nuevas, recién venidas
a la vida, las miraba flotar frente a mis ojos y no sabía que eran mías.
Después supe que estaban pegadas a mis muñecas, articulando en mis antebrazos
que a su vez podían doblarse en el recodo de los codos, punto final de mis
brazos los que pendían de mis dos pequeños hombros y sabían dar abrazos. Esas
eran mis manos.
En ese tiempo jugaban a las
muñecas, a las tacitas y tocaban a escondidas, sabiendo que dios miraba, partes
indebidas, sin otro fin que conocer las posibilidades que tiene el cuerpo, de placenteras
sensaciones. Eran las manos mías.
En ese lejano tiempo aun no sabían
que curarían heridas, aunque ya lo presentían porque también jugaban a salvar
vidas, a mezclar remedios para aliviar dolores a indigentes y pobres.
Ellas ignoraban que algún día gozarían
la nuca, la espalda , el trasero del hombre amado y se agarrarían con pasión a
su cuerpo. Ni imaginaban que en esas ocasiones, tendrían la impresión que
faltaban más manos para acariciar y entregar tanta ternura que surgía de ellas,
mis manos.
Ni sospechaban en aquel tiempo, que
acariciarían los cabellos, las mejillas y toda la piel de esos niños que di a
la vida, y a darles serenidad cuando corrían
buscando su protección, no lo sabían aun, pero lo presentían, porque
jugaban a ser dos fuentes inagotables de amor.
A veces, enredando torpemente un
lápiz entre sus dedos, como si fueran guías de los zarcillos, anotaban en los
cuadernos algunos versos y poesías.
A veces un cucharón… empuñando el cucharón haciendo
arte y amor, prepararon platos deliciosos a la familia.
Más de alguna vez dibujaron y
muchas veces crearon artesanías. Otras, también tejieron, parcharon, cosieron y
en ocasiones se enjoyaron… se engalanaron.
Supieron del dar y del recibir.
Tejieron, cortaron, limpiaron… infinidad de verbos conjugaron las manos mías.
El tiempo las fue torciendo, les
fue quitando belleza. Hoy tienen aspecto de árboles viejos y aunque les duela
nunca descansan, aun trabajan.
Estas pequeñas manos que dieron
tanto cariño, que fueron blancas, lozanas, hacendosas, refinadas…
hoy se arrugan en silencio y en el
olvido…
En el olvido, éstas, las manos mías.
Maritza Barreto
Viña, Febrero 2015
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