MARITZA BARRETO: diciembre 2009

NAVIDAD 2009

NAVIDAD 2009. DESAYUNANDO JUNTO AL MAR DE VIÑA, CON MI HIJO CRISTIAN GABRIEL

CUENTO

YO HABLABA SOLA

Maritza Barreto

Cuando yo era niña, mi madre me llevó al médico porque estaba preocupada: Yo hablaba sola.
Eso pensaba ella. Lo cierto es que yo hablaba con mi amigo imaginario.

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Mi amigo imaginario

Etiquetas: He aquí mi amiguito imaginario y yo cuando éramos muy jóvenes

Haber tenido un amigo imaginario fue estupendo. En los juegos de regla yo siempre le ganaba. Era amable y silencioso. Aprobaba todo lo que yo decía y nunca me cuestionaba nada. Siendo el único que me encontraba linda e inteligente, me dejaba hablar, y hablar y hablar, limitándose sólo a escucharme. Era un gusto tener un amigo así.
Pero como todo lo bueno es ilegal, inmoral o engorda – no lo digo yo, lo dice Roberto Carlo- tuve que cortar mi amistad con mi amiguito imaginario.
Lo hice por mi madre. La vi tan preocupada después que habló con el médico. Al llegar a casa esa tarde, se echó a llorar y entre lágrimas y llantos me pidió que por favor dejara de ser esquizofrénica. Así es que, una mañana salí al jardín, y bajo el ceibo recién plantado, me despedí de mi amigo.
Le expliqué las razones. El lloró y yo lo consolé. Le dije que nos volveríamos a encontrar algún día. Que las almas que se quieren, siempre van a estar unidas- eso yo lo aprendí de un bolero que se escuchaba en casa-. Él estaba desconsolado. Le dije que me lo hiciera fácil, que para mí era muy doloroso tener que dejar de verlo ¿Con quién compartiría ahora mis juegos de ludo? ¿y mis onces con pastelitos de barro? ¿eh?
Esa mañana, antes de mediodía, el sol se escondió tras una nube, y mi amiguito se perdió para siempre entre los gladiolos de mi jardín.
***
Así es que me vi obligada a entablar amistades reales. Para eso sirvieron mis compañeras de colegio. Pero al terminar la secundaria también nos separamos. Yo me fui a casa, no seguí estudiando y me dediqué a labores propias del sexo… que no incluían sexo, precisamente.
Con el tiempo, todas mis amigas reales se casaron y fueron muy felices, con maridos que les compraron brillantes, les dieron hijitos, les regalaron autos y hasta las han llevado de viaje –en ese orden-.
Yo me quedé absolutamente soltera, cuidando a mi madre. Ella me necesita demasiado, depende para todo de mí la pobrecita. No está en edad de pasar disgustos, por eso nunca le conté, pero, hace unos años tuve una sorpresa: mi amigo imaginario regresó. Una noche de verano, algo golpeó mi ventana. Me asomé y allí lo vi, bajo el viejo ceibo florecido. Descendí las escaleras en puntillas para que mamá no despertara y salí al jardín.
La emoción del reencuentro no fue imaginaria. Habían pasado treinta años. Desde luego él ya no era el mismo, ahora usaba pantalones largos y su cabello castaño había comenzado a encanecer.
Vimos el amanecer tomados de la mano contándonos lo que habíamos hecho en todo ese tiempo. Claro, yo no tenía mucho para contar, o al menos, no era tan entretenido como lo que él tenía para decirme. Ni un solo día había dejado de pensar en mí. Viajó por muchos países y me trajo miles de regalos y lo más importante: estaba soltero, igual que yo.
Así es que con el andar del tiempo y a escondidas de mi madre, nos casamos. Y hemos sido muy felices, como lo han sido mis amigas con sus maridos reales. Pero es tan celoso. No me deja salir a ninguna parte. -Son celos imaginarios, desde luego. Yo nunca le he dado motivos reales-
Me ha dado cinco hijos… imaginarios, por supuesto -son los genes-. Los chicos ya crecieron, se hicieron profesionales, se casaron y se fueron a vivir bien lejos. Nos han dado nietos… también imaginarios.
Nosotros, mi Marido y yo, -que ya dije es imaginario, no hace falta que lo repita- tenemos nuestros altibajos, como toda pareja. Él pasó una época que andaba medio entusiasmado con muchachas jóvenes, pero yo lo dejaba. Total la vida es tan corta.
Tenemos nuestras diferencias propias de la convivencia. Bueno, qué sé yo, a mí me molesta que salpique el baño al orinar. Le he enseñado a que lo haga sentado y él me hace caso a veces, pero si no se lo recuerdo, él se olvida y vuelve a salpicar. También me molesta que deje su ropa tirada por ahí y yo tener que andar recogiéndola. Me desagrada enormemente que fume habanos, por eso lo mando a que lo haga en el jardín. Pero lo que más me molesta, es que ronque y despida gases mientras duerme. Eso me tiene harta. Él trata de que tengamos una buena convivencia, pero es difícil. Creo que ya sólo nos une el gran cariño por todo lo que hemos vivido juntos. Hemos conocido la felicidad… imaginaria, claro, pero la hemos tenido. En fin, hay quienes ni la conocen.
Yo ya estoy un poco cansada. Entre el trabajo que me da mi madre y mi marido.
Sí, estoy cansada.
Me tiene harta este viejo insoportable con sus mañas, camina por toda la casa y ensucia el piso, lee el diario y lo deja tirado en cualquier parte, se baña y deja la toalla húmeda en la cama y hasta ha empezado a fallarle la memoria: ya ni se acuerda de coger. Así es que uno de estos días, lo voy a invitar al ceibo y que no me venga con llantos ni ruegos. Esta vez, no lo haré por mamá; lo haré por mí.
¡Ah! y que no me rompa los gladiolos cuando parta.

***